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Laura Lee GuhrkeEl Engao.doc

166页
  • 卖家[上传人]:大米
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  • 上传时间:2022-09-03
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    • El EngañoLaura Lee GurrhkePrologo El Cairo, 1882 A Trevor St. James le gustaba disfrutar de los placeres de la vida. Un buen coñac francés, un cigarro turco, unas sábanas de seda y una mujer apasionada. Esa noche lo había tenido todo. Se apoyó en el cabezal de la cama bebió un poco de brandy Prologo El Cairo, 1882 A Trevor St. James le gustaba disfrutar de los placeres de la vida. Un buen coñac francés, un cigarro turco, unas sábanas de seda y una mujer apasionada. Esa noche lo había tenido todo. Se apoyó en el cabezal de la cama bebió un poco de brandy recorriendo con la vista las curvas de la mujer que yacía dormida a su lado. Detuvo los ojos en las turgentes nalgas y luego prosiguió. Lucci tenía un gusto excelente, pensó, al terminar de inspeccionarla. Ella se movió un poco y Trevor recordó que no sería bueno que se quedara allí demasiado tiempo. Dejó la copa a un lado. Había ido allí para algo más que un simple revolcón, y si Isabella se despertaba no podría llevar a cabo su misión. Se levantó de la cama y se vistió en la oscuridad, sin hacer ruido. Miró a su alrededor y, con un ojo fijo en la mujer, empezó a abrir los cajones del tocador. Encontró el joyero en el tercero. La cajita estaba cerrada, pero consiguió abrirla con facilidad. Estaba repleta de collares de perlas y diamantes, prueba inequívoca de la pasión que Lucci sentía por su joven esposa. Pero aquellas joyas no despertaron el interés de Trevor. Él buscaba algo mucho más valioso, y, lo que era más importante, algo que le pertenecía. A Trevor nunca se le había dado bien desprenderse de sus cosas. Tuvo que revisar tres bandejitas del dichoso joyero antes de dar con lo que estaba buscando. Sonrió al ver el antiguo collar de oro y lapislázuli que Lucci le había robado. Seguro que los del Museo Británico estarían encantados de pagar una recompensa por él. Sacó del bolsillo la réplica exacta que había traído consigo y la colocó con cuidado en la caja. Luego, volvió a colocar las tres bandejitas, asegurándose de que las dejaba en el mismo orden en que las había encontrado, y después guardó el joyero donde estaba antes de que él lo descubriera. El cajón crujió un poco al cerrarlo, pero Trevor miró a Isabella y vio que no se había despertado. Cogió su chaqueta del suelo y guardó el collar en el bolsillo interior. Luego, colocó la prenda en el respaldo de una silla y regresó junto a la cama. Se agachó un poco para depositar un beso justo en la curva de las nalgas, consciente de que se tenía que ir de que no tenía ganas de hacerlo. Recorrió la espalda de la mujer a besos y oyó cómo un murmuro de placer se escapaba por entre las almohadas. Isabella giró la cabeza y se apoyó en los codos para mirarlo. —Ya te vas? —preguntó aún dormida. Él le retiró un mechón de pelo. --Me tengo que ir. Mi barco zarpa al amanecer. —Falta mucho —susurró ella, besándole la palma de la mano. —Si Lucci cambia de idea no quiero que me encuentre aquí. —No lo hará. Se ha ido de viaje de negocios a Alejandría. Trevor ya lo sabía, pero también era consciente de que el hombre estaba tan enamorado de su preciosa esposa que podía regresar de improviso. Negó con la cabeza. —Es demasiado arriesgado. No quiero morir en manos de tu celoso marido.Ella hizo una mueca.—¿No estás dispuesto a morir por mí?Trevor sonrió y le acarició la mejilla.—No, preciosa. No lo estoy.—Bastardo —replicó con suavidad, más como un cumplido que como un insulto.Él se rió al verla tumbarse de espaldas y levantar los brazos.—Quédate. Aunque Lucci regresara y te encontrara aquí, jamás podría lucharcontigo. Está demasiado gordo.—Eso no me tranquiliza demasiado que digamos. —Le sujetó las muñecas y apartólos brazos para poder besarle el escote . Y ya sabes que soy su rival más odiado.La soltó y se sentó, luego levantó una mano para alcanzar el pañuelo de cuello queestaba en el cabezal. Sonrió con cinismo.—Pero claro, el hecho de que Lucci y yo seamos rivales a ti aún te excita más, ¿no esasí, preciosa?La mujer se estiró como un gato y bostezó.—Hacía mucho que te deseaba, Trevor. Cuando esta noche te he visto en la ópera,he sabido que era mi oportunidad.Él había pensado exactamente lo mismo. Isabella estaba convencida de que lo quehabía sucedido esa noche lo había instigado ella, pero en realidad Trevor llevabatiempo planeando ese encuentro. Desde que Lucci le robó el collar y supo, sin dudaalguna, que la joya acabaría en manos de la mujer. Lucci siempre le regalaba todaslas alhajas a su esposa. Era un idiota. Aquel collar bien podía valer miles de librasen el mercado libre. Isabella suspiró al ver que Trevor se levantaba de la cama y seencaminaba hacia el tocador.—Me gustaría que pudieras quedarte más rato. No veo por qué tienes que regresara Inglaterra.--No me queda más remedio. Ahora soy conde, y eso conlleva ciertasresponsabilidades.—Como cuáles?Se agachó un poco para poder mirarse en el espejo y anudarse el pañuelo.—Según mi madre, te。

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